domingo, 23 de mayo de 2010

Andrés Neuman.

E
El día de ayer fue uno de tantos días en que mi humor desentonaba con el ambiente. No es algo que me moleste, al fin y al cabo hace ya tiempo que convivo con mi humor, sin embargo, son mis amigos los que no acaban de comprenderlo.

Todo sucedió porque teníamos examen, así que los ejes que rigen el sentido común del universo habían dictado que aquel día tocaba sudar, sufrir taquicardias, recitar las fórmulas matemáticas mil y una veces y rezar un par de padres nuestros (en caso de no ser cristiano se podía recurrir al karma).

Y sin embargo, ahí estaba yo, ejecutando perfectamente el abanico fisiológico y emocional de un calabacín. No era un acto de prepotencia. Simplemente, si tenía que preocuparme, prefería hacerlo por el futuro de mi ojo.

Lo que sucede es que me ha salido un bulto en el párpado superior y obviamente estoy convencida de que se trata de un tumor y de que me tendrán que extirpar el ojo antes de que las celular tumorales se irradien por el nervio óptico y siguiendo su curso alcancen el cerebro.

De todos modos, supongo que tal vez deba pedir una segunda opinión a un profesional. Un oftalmólogo, vamos.

Tomás, mi mejor amigo, decidió que aquella tarde no le importaría sacar de paseo a un calabacín, así que caminamos jutos hasta la parada del autobús.

Y entonces señores muy cerca de la Gran Vía granadina divisé a Andrés Neuman. (No lo saludé, no soy tan valiente. Además, no estaba solo y nunca he considerado de buena educación irrumpir en medio de una reunión de amigos, aunque ésta sea en plena calle.

El caso es que lo ví. En tres dimensiones. Moviendo las piernas y todo.

Desde entonces estoy en tal estado de agitación que no creo que vuelva a convertirme en calabacín nunca más.


Por cierto, creo que el tumor de mi ojo ha disminuído un poco de tamaño.





Aquí os dejo una entrevista que le hicieron en Página 2. Así fue como escuché hablar de él por primera vez.

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